Pasión por la radio

Desde el prehistórico antecedente de 1967 (mi primer programa propio), cuando salía de la adolescencia, casi nunca dejé de hacer radio. Columnas, entrevistas, editoriales, audio puro, momentos rescatados y preservados de lo que es, para mí al menos, el más íntimo, confiable y directo de los medios de comunicación, el que involucra a los seres humanos ante un micrófono.
Viernes 17 de octubre de 2014Pasión por la Radio

Correr con la vaina

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Buenos Aires, 17 de octubre de 2014 - Inexorablemente, a medida que van pasando las hojas del calendario, la Argentina se va embarcando con una celeridad llamativa en una campaña electoral que, me temo, no preanuncia momentos demasiado gratos. Parte de esa campaña electoral ya la podemos ver con nosotros, todos los días, está configurada en torno de advertencias sombrías y pronósticos siniestros. La palabra “miedo” ha aparecido, no solo en boca del Gobierno sino también de dirigentes de la oposición. De “miedo”, o de “no tener miedo”, han hablado, en las últimas horas, Mauricio Macri y Sergio Massa; y de “miedo” ha hablado el elenco estable del Gobierno, con Daniel Scioli entre los más enfáticos. ¿Por qué la Argentina se prepara para una renovación presidencial en el marco de un clima intimidatorio, truculento, como si en lugar de votar a un ciudadano para ejercer la primera magistratura, estuviéramos en vísperas de alguna tragedia pandémica como el ébola o una guerra catastrófica como la civil siria, que ya ha dejado más de 200.000 muertos?

Más allá de la impronta cruenta y terrible de la criminalidad –a la que no llamo eufemísticamente “inseguridad”- y de los problemas proverbiales de un país que debe resolver cuestiones centrales para aspirar a una mejor calidad de vida, la Argentina no puede ni debe compararse con situaciones que ahora mismo preocupan y estremecen al mundo, como las que acabo de mencionar rápidamente. Encadenadas una tras la otra, la epidemia del ébola, la guerra civil en Siria, el separatismo en Ucrania, son apenas tres referentes - para no hablar del terrorismo cotidiano en Irak y Afganistán- de cuestiones en las que verdaderamente hay derramamiento masivo de sangre, y eventos que afortunadamente hoy no se están produciendo en la Argentina.

De ahí la naturaleza de mi interrogante: ¿es que acaso nos podemos comparar con Ucrania, con Siria, con Liberia, con las pobres naciones del África Occidental? Por supuesto que no. ¿Estoy diciendo que la Argentina es una maravilla, una sociedad despojada de problemas? Desde luego que no lo estoy diciendo. Estoy haciendo un llamamiento a la cordura, al equilibrio, a la ponderación de las cuestiones.

Sin embargo, uno escucha o recoge lo que entregan los titulares periodísticos, y aparece la palabra “miedo”. No me asombra en lo más mínimo que el kirchnerismo presente a la renovación presidencial del año próximo como un evento apocalíptico, en el que perder equivale a la catástrofe y ganar equivale a preservar la felicidad. No hay tal felicidad para preservar en la Argentina, ni hay tal catástrofe, en caso que no se prolongue lo que va a ser un largo período de 12 años de kirchnerismo realmente existente.

Pero en donde no alcanzo a ver el énfasis, la claridad, la lucidez y el coraje civil necesarios es en la colección de figuras y fuerzas opositoras, que no solo deberían explicar que no hay miedo factible para tener, sino que además, no alcanza con ofrecerle a la sociedad la repetición de todo lo que hemos venido viviendo. La oposición tendría que tener el coraje civil, la entereza, la audacia y, si se me apura, la temeridad de decir: “No vamos a eliminar la Asignatura Universal por Hijo, pero la vamos a poner realmente en valor institucional. Vamos a exigir verdaderas contraprestaciones educacionales a los hijos de quienes la reciben. No nos consta que hoy se esté aplicando este requisito”.

Temerosa, dubitativa, trémula, la oposición dice “nosotros no la vamos a eliminar”, olvidando que fue un proyecto que surgió precisamente de la oposición, y que fue capturado por el Gobierno con su oportunismo de siempre. Pero una cosa es decir “no la vamos a tocar”, y otra cosa es decir “vamos a mantener el concepto pero la vamos a perfeccionar, la vamos a transparentar, vamos a tratar de infundir verdaderamente una cultura del trabajo o una cultura de formación de nuestros hijos”.

Lo mismo sucede con situaciones en las que ha habido de por medio supuestas estatizaciones que han resultado, en cualquier caso, audaces, y sumamente inseguras para el estado de las cosas de nuestro país. No alcanza con decir, desde la oposición –cuando digo “oposición” digo Ernesto Sanz, digo Julio Cobos, digo Hermes Binner, para mencionar algunos, como digo también Sergio Massa “Desde luego, vade retro, Satanás; no vamos a tocar el carácter estatal de YPF”. Habría que decir algo más: “Vamos a transparentar, vamos a informar, vamos a investigar. ¿Cómo fue el acuerdo con Chevrón? ¿Cómo es la situación de Miguel Galucchio? ¿Cuáles son sus compromisos y cuáles son sus cláusulas contractuales? No escucho que lo diga la oposición. Actúa, sobre todo, a la defensiva como imaginando que si saca los pies del plato va a ser satanizada, estigmatizada, como buitre, gorila y destituyente.

¿Qué decir de Aerolíneas Argentinas? El Gobierno corre por izquierda a todo el mundo diciendo: “A ver, ¿qué quieren ahora? ¿Privatizar como sucedió con el Grupo Marsans? Yo no quiero el Grupo Marsans, ni tampoco quiero Iberia ni cosa que se le parezca. Pero una cosa es decir que a eso no se quiere regresar, y otra plantearse con serenidad, madurez y lucidez que las líneas de banderas ya son una antigualla en el mundo. No hay línea de bandera en Brasil o en Chile. Son líneas privadas. Los que han intentado tenerla han fracasado. La evolución del transporte aéreo de pasajeros ha sido fenomenal y hoy el concepto de soberanía aérea a través de la propiedad de una línea de bandera es una antigüedad, un arcaísmo. ¿Por qué no dice eso la oposición? ¿A qué tiene miedo, a que lo acusen de “anti patria”? Creo que este es el tema central. El Gobierno es sabio al trabajar la fibra del miedo, porque entiende que la oposición, de alguna manera, se sobrecoge, se recluye, se asusta y dice “No, no, no: no vamos a tocar nada de las conquistas sociales”.

Los pasajeros de la línea C del subte de Buenos Aires, esta tarde, se encontraron con que el subte no funcionaba. ¿Qué pasó? El grupo sindical, radicalizado ideológicamente, conocido como los Metrodelegados, hizo un paro sorpresivo porque un pasajero agredió a un guarda. No sé qué pasó. Cualquier agresión física es repudiable. Pero, ¿dónde está el Ernesto Sanz, el Julio Cobos, el Sergio Massa, el Hermes Binner, que diga “los paros sorpresivos no son admisibles en una sociedad civilizada? Acá, en Malasia o en Paraguay. El derecho a la huelga de los trabajadores es una garantía que debe ser preservada escrupulosamente, pero no puede ser utilizada como una herramienta de venganza contra la gente por un episodio totalmente aislado.

En definitiva, si la oposición realmente quisiera ser una alternativa factible, razonable, y atractiva para la sociedad civil, tendría que demostrar que no solo está para decir “sí, señor, le obedezco”, al ritmo que marca con su fervor de siempre, el oficialismo kirchnerista, sino también tener el coraje y la lucidez (repito el concepto: “estamos de acuerdo en determinadas cosas, en otras no, y las vamos a hacer de manera diferente”); porque esos dirigentes opositores no deben olvidar que hay una sociedad sedienta de alternativas verdaderas, pero si ellos se siguen dejando correr con la vaina del oficialismo, olvídense de alternativas. Porque, en última instancia, las sociedades castigan a los tibios y terminan, pese a lo que les pese, optando por aquellos que - al menos - demuestran resolución.

© Pepe Eliaschev

 

 

 

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