El 18 de noviembre se cumplen ocho años de la muerte del periodista y escritor José Ricardo "Pepe" Eliaschev, autor de Los hombres del Juicio. Este libro volvió a cobrar relevancia diez años después de su publicación tras el estreno de la película “Argentina, 1985”, que instaló nuevamente en la agenda el Juicio a las Juntas Militares, teniendo como protagonistas a Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo.
Eliaschev dialogó con las figuras del proceso judicial: los jueces y los dos fiscales que lograron condenar, por primera vez, al terrorismo de Estado en Argentina. Luego de sus entrevistas, escribió en primera persona la historia de cada uno de ellos. En una de estas conversaciones, Strassera apuntó contra el Vaticano por “no mover ni un dedo” para colaborar con la recolección de pruebas.
El fiscal recordó esta situación tras condenar los indultos que se establecieron luego del juicio, durante la presidencia de Carlos Saúl Menem, momento en el que trabajaba como embajador por los derechos humanos en Ginebra. En ese sentido, también acusó al expresidente de querer “favorecer a grupos que apoyaron el Proceso de Reorganización Nacional, como algunos sectores de la Iglesia”.
Fragmento completo sobre Strassera, en palabras de Pepe Eliaschev
“Al año siguiente del fallo contra los comandantes, en 1986, fui nombrado embajador argentino para derechos humanos en la sede de los organismos internacionales, en Ginebra, por el presidente Alfonsín. Como era un cargo político, cesé con su mandato, en julio de 1989. Pero el nuevo presidente, Carlos Menem, elevó un pedido de acuerdo al Senado para que me confirmaran en el cargo. Cuando meses más tarde Menem dictó los indultos, yo renuncié, tras vivir en Suiza tres años. Personalmente tengo la sensación de que, en lo profesional, fue en cierto sentido una buena experiencia para mí, pero me parece que para el resto de mi familia no lo fue tanto. Por otra parte, años más tarde, perdí a mi hija Carolina, que tenía 38 años. No puedo dejar de asociar esos años en Ginebra con la trágica muerte de mi hija, que fallece en Lausana, a sesenta kilómetros de donde yo vivía. [...]
Tras mi renuncia a la embajada en Ginebra por el indulto de Menem a los excomandantes regresé a Buenos Aires en 1991. Ganaba 10.000 dólares como embajador en Ginebra y llegué a Buenos Aires sin un mango. Me dio un puestito de asesor en el Congreso un diputado radical por Santa Fe, Ángel D’Ambrosio, y con eso me las rebusqué.
Los propósitos de supuesta pacificación nacional de Menem para su indulto no tenían asidero. Consagró la impunidad. Menem no lo hizo exclusivamente por quedar bien con los militares, porque los propios oficiales en actividad en ese momento no daban un peso por los excomandantes. Los indultó para favorecer a grupos que apoyaron el Proceso, como algunos sectores de la Iglesia.
La verdad es que durante el juicio tuve colaboración de todas las embajadas, excepto de una, la del Vaticano, cuyo nuncio, monseñor Ubaldo Calabresi, no movió ni un dedo para ayudarnos. Un día Moreno Ocampo me llevó a hablar con los curas. Me acusaba de anticlerical y me alentaba a ir a hablar con la Iglesia. Él mismo armó la entrevista. Nos vimos con el nuncio Pío Laghi, que me apuntó su dedo a mi nariz y me dijo: 'Tenga cuidado, Strassera, porque esto se le va a dar vuelta'. Cuando le pedí ayuda para que abriera los archivos del Vaticano, me los negó porque eran secretos. Las embajadas de Francia, Alemania, Italia, en cambio, todas, nos ayudaron. Como se rigen por el ius sanguinis (derecho de sangre) y acá hay desaparecidos alemanes, franceses, italianos, averiguaban por sus ciudadanos desaparecidos.
Lo cierto es que los episodios más graves de la represión ilegal ocurrieron al comienzo, durante la época de Videla, Massera y Agosti, la primera Junta. La Cámara no aplicaba un mal criterio, aunque fuera discutible, pero respetable, al afirmar que hubo un sistema en el que cada uno actuaba por su cuenta, con una enorme clandestinidad e independencia de cada fuerza. Las Juntas no eran una reunión de amigos que se reunían a tomar café. En la Junta se discutía todo y eran todos igualmente responsables. Un tipo como Agosti no podía ignorarlo.
El gobierno de Alfonsín tuvo para conmigo una actitud maravillosa. Después de la reforma constitucional de 1994, el ministerio público se convirtió en un instituto autárquico. Pero siempre se discute si el ministerio público, es decir los fiscales, debe depender de la Justicia o del Poder Ejecutivo. Hay dos teorías; según una, debe depender del Poder Ejecutivo, como sostiene nada menos que Joaquín V. González, que, como asesor del Ministerio de Justicia, pidió una sanción a un fiscal por no cumplir instrucciones. La gente que opina que debe depender del Poder Ejecutivo no está tan errada en su argumento de que “el dueño” de la política criminal en general debe ser el Poder Ejecutivo. Si mañana el Poder Ejecutivo les ordenara a los fiscales que la gente que hurta manzanas debe quedar impune y no ser acusada, eso sería válido y lógico. Lo que irrita no son las instrucciones generales, como ésta, sino las particulares”.
Fragmento de “El Hombre del Juicio”, por Pepe Eliaschev, publicado por Editorial Penguin.