Palabras Impresas
Perplejidades e interrogantes sobre el papa Francisco
Buenos Aires, 10 de octubre de 2014 - No importa de qué se habló. Nunca fue más irrelevante la noción de los contenidos. En el almuerzo que el papa Francisco le ofreció a la presidente Cristina Kirchner lo único que importó fue que se trató de la tercera ocasión prodigada por el Papa para estar a solas con ella, un gesto de inusitada cercanía que acentuó las numerosos perplejidades que suscita el accionar de Francisco desde que se convirtió en obispo de Roma y jefe de la Iglesia.
El encuentro del 20 de septiembre no provocó nada en particular porque nada había para resolver, al menos en apariencia. La pretensión de que era un encuentro entre jefes de Estado se disuelve en sí misma: el Vaticano y la Argentina no tienen contenciosos pendientes como para que ambas cabezas encuentren necesario verse con tanta asiduidad.
Quedan claras las razones de Cristina Kirchner. Luego del feo papelón que tuvieron que digerir tras ver cómo se convertía en Papa un obispo argentino que era considerado por el oficialismo como un cuadro de “la derecha”, el kirchnerismo obró con su habitual practicidad y ausencia de pruritos. Fueron todos “a por el Papa”, sin remordimientos ni pudores. Ese Papa argentino que hasta el 13 de marzo de 2013 era para el kirchnerismo “cómplice” de la dictadura militar, sería paradigma y referente del Gobierno, súbitamente piadoso y sensible a la cátedra de Pedro.
Pero, ¿cuánto incide en estas misteriosas y zigzagueantes peripecias de quienes gobiernan, la propia actitud del papa Bergoglio?
El oficialismo, cuya astucia nunca debió ni debería subestimarse, encontró la perfecta articulación en el discurso anti “neoliberal” asumido por el Papa y las circunstancias del default financiero argentino. El común denominador ha sido la batalla contra los fondos llamados “buitre”, pero el núcleo de contenidos que el Gobierno cree compartir con el jefe de la Santa Sede sería un idéntico rechazo por los “excesos” del capitalismo. Bergoglio no ha sido ajeno a estas percepciones; viene descargando demoledoras críticas contra el capitalismo y la economía de mercado, y ha provisto las condiciones de posibilidad para que un grupo gobernante movedizo y audaz se abrace a lo que percibe como un bienaventurado (e inesperado) compañero de ruta. Es algo extremadamente peronista, porque asocia al énfasis anti mercado del Papa con las antiguas predilecciones socialcristianas del peronismo de siempre. Pero la novedad es que este abrazo a un Papa virulentamente anti “neoliberal” es hoy instrumentado por la rama retóricamente radicalizada del peronismo. Mientras que desde los años Sesenta a los Noventa la impronta socialcristiana se encarnaba en figuras moderadas y democráticas como Antonio Cafiero y Guido Di Tella, hoy son los cuadros de La Cámpora quienes se quedan con los ojos en blanco ante el impactante discurso papal. Lectores de John William Cooke se conmueven con la bendición papal.
No es imposible sentir perplejidad ante una seguidilla de encuentros que proyectan la imagen de un Papa sumamente impregnado del acontecer cotidiano argentino. ¿Son comprensibles y legítimas sus preocupaciones de cara al 2015? Desde luego que lo son, pero no se puede ignorar tampoco que lo llamativo es que Bergoglio parezca ignorar el fuerte rédito que el kirchnerismo hace de estas convergencias tan sugestivas.
Hasta en la mecánica de gestos y formalidades hay aspectos que no pueden sino irritar: ¿una camiseta de La Cámpora como regalo al Papa? ¿El elenco de San Lorenzo peregrinando dos veces a Roma para lanzar desde San Pedro unas imágenes gruesamente futbolizadas del mensaje de la Iglesia?
Se alega que el catolicismo advierte sombríamente el desafío que representa para la Iglesia el activismo irrefrenable de los credos evangélicos, sobre todo los de predicamento brasileño. Vale. En ese desafío hay una opción, en apariencia pragmática, la de una Iglesia más llana, popular (¿populista?) y desacartonada. Nadie puede objetar aspectos razonables de este nuevo punto de partida, pero hay rasgos en ese desplazamiento que justifican interrogantes e incluso angustias de cara al futuro.
Soy judío; en consecuencia no opinaré aquí sobre cuestiones eminentemente propias de la Iglesia y de su grey, aspectos en los que el accionar del Papa también ha sido revulsivo, pero sobre los que no puedo ni debo tener juicios de valor. Hablo de matrimonio, sacerdocio, celibato, sexualidad, pedofilia e incluso manejos financieros oscuros. Son temas que el catolicismo debe ventilar y encarar. En su actitud ante ellos, de todos modos, se percibe a un papa Francisco resuelto a renovar, cuestionar y cambiar asuntos que hasta Benedicto XVI eran intocables, me dicen. Pero ¿es que acaso el Papa Wojtyla no era polaco hasta la médula y fue clave en el desmoronamiento del régimen soviético en su país y en el Este de Europa? Es cierto que Juan Pablo II fue un papa terrenal y moderno, a la vez que tradicional y celoso del ancestro eclesial. Pero Karol Wojtyla se propuso una tarea épica fenomenal y consiguió gran parte de sus objetivos, que eran de alcances históricos notables. Con todo respeto, no veo similares proyecciones en la estrecha relación que hoy parece significar el vínculo entre el poder terrenal argentino, el kirchnerismo, y la Iglesia católica, apostólica y romana.
Bergoglio tiene razones poderosas para inquietarse por la Argentina que amanecerá el 10 de diciembre de 2015; pero esas prevenciones deberían incluir públicamente su posición ante las pretensiones dinásticas del grupo gobernante y los arrebatos autoritarios proverbiales del kirchnerismo, de los que él mismo fue blanco y víctima. Si sólo se percibe ternura unilateral para con el oficialismo, las perplejidades ante la praxis papal seguirán a la orden del día.
© Pepe Eliaschev
Publicado en Revista Criterio
Salió a la cancha la estrategia del miedo19-10-2014
Pruritos de la oposición y pragmatismo de Cristina05-10-2014
El bosque, el lobo y los complots21-09-2014